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COVID-19 Y TORMENTA AMANDA: ¿CASTIGO DE DIOS, ANUNCIO DE LA GRAN TRIBULACIÓN O FENÓMENOS NATURALES?”

Por Moisés Otoniel Ramírez Choto*

 

Durante el primer trimestre del año dos mil veinte, América Latina y Norte América, han sido impactadas por la crisis mundial del COVID-19 o Coronavirus; un virus del cual la Organización Mundial de la Salud alertó como una pandemia y dio lineamiento para evitar su propagación.

Esto motivó a las autoridades a tomar decisiones estrictas para la población, ya que deberían cumplir con el aislamiento y distanciamiento social, llamado “cuarentena”. Dichas medidas han generado un fuerte golpe a la economía, al comercio, a la industria e instituciones.

En lo social se generó una interrupción al desarrollo de la vida normal. El gobierno entró en crisis ya que el número de personas fallecidas aumenta cada día.

Los coronavirus son una familia de virus que pueden causar enfermedades como el resfriado común, el Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS, por sus siglas en inglés), y el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS, por sus siglas en inglés). En el año 2019 se identificó este nuevo coronavirus, como la causa de un brote de enfermedades que se originó en China.

El virus se conoce como el Síndrome Respiratorio Agudo Grave Coronavirus 2 (SARS-CoV-2).

En marzo de 2020 la OMS declaró que este brote de COVID-19 es una pandemia. Las organizaciones de salud pública, incluyendo los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC) y (OMS) vigilan y publican actualizaciones de la pandemia. Estos grupos también dan recomendaciones para prevenir y tratar esta enfermedad.

Los síntomas del COVID-19 pueden aparecer entre dos y catorce días después de la exposición al virus. Este período entre la exposición y la aparición de los síntomas se llama, el período de incubación. Los signos y los síntomas incluyen: fiebre, tos, cansancio, falta de aire o dificultad para respirar, dolores musculares, escalofríos, dolor de garganta, pérdida del sentido del gusto o del olfato, dolor de cabeza, dolor en el pecho.

Los fallecimientos aumentan, las recaídas de los que habían sido sanados surgen; los contagiados se agregan a las estadísticas; otros se quedan sin empleo, sin hogar y al borde de la indigencia.

A esto se suma la terrible destrucción que generó la tormenta tropical Amanda, un ciclón tropical de corta duración, pero devastador, que causó inundaciones mortales y deslizamientos de tierra en América Central y México a finales de mayo de 2020.

“Amanda”, el segundo ciclón tropical y primera tormenta nombrada de la temporada de huracanes de 2020 en el Pacífico, se desarrolló a partir de una amplia área de baja presión, asociada con una onda tropical, que se movió de la costa de Nicaragua el 26 de mayo. La perturbación desarrolló lentamente una circulación más bien definida y el 30 de mayo, fue designado como depresión tropical Dos.

Este ciclón causó lluvias torrenciales en Guatemala y El Salvador. En nuestro país, los ríos se desbordaron y arrasaron viviendas, dañando cientos de hogares y desplazando a más de 12,000 personas. Esto obligó a restricciones temporales de movimiento establecidas por la pandemia de COVID-19. Los impactos de Amanda también se sintieron en Honduras, donde murieron varias personas. En general, los daños estimados de Amanda ascendieron a doscientos millones de dólares y mató a 33 personas en tres países.

Estos acontecimientos nos recuerdan lo escrito en Apocalipsis, capitulo seis, en donde nos habla de la aparición de los cuatro jinetes como precursores de acontecimientos difíciles para la humanidad, anunciando hambre, falta de paz, destrucción por fenómenos naturales y muerte. Reflexionemos y aprendamos la lección.

El típico refrán dice: “No hay mal que por bien no venga”. La pandemia ha traído consigo la oportunidad de apreciar la vida familiar y las amistades. También a tener gratitud por las cosas que no sabemos valorar como la salud, el oxígeno y la vida natural. Nos ha permitido reflexionar sobre la vida agitada y apresurada que vivimos. Además, hemos practicado una actitud de una ayuda mutua, como parte de la solución ante la adversidad.

La tecnología ha sido una herramienta de incalculable valor, que bien utilizada genera desarrollo y oportunidad para compartir el amor de Dios.

No podemos dar por sentado que estos acontecimientos son el fin de los tiempos, ni castigo de Dios para los seres humanos; pero debemos reflexionar en mejorar nuestros caminos y nuestra comunión con Dios y los semejantes.

Dios por medio del profeta Jeremías dijo: “ párense en los caminos y pregunten por las sendas antiguas, cual sea el buen camino, y caminen por él, y hallarán descanso para sus almas. Jeremías 6:16. Esto nos dice que debemos mejorar y cuidar lo que Dios nos ha dado, ya que el desequilibrio ecológico y la falta de vegetación producen un trastorno en los ciclos de vida establecidos por Dios.

El desarrollo desmedido de las grandes ciudades, la tala indiscriminada de árboles, así como la construcción de viviendas en lugares vulnerables, frente a ciclos de lluvias irregulares, provocan estas grandes crisis. Lo mismo ocurre cuando no cumplimos con los principios bíblicos de alimentación establecidos por Dios, lo cual genera contagios y deterioro en la salud.

Aprendamos de la experiencia humana, y si entendemos la historia de pandemias y desastres, no vamos a caer en una interpretación incorrecta y exagerada. Reconozcamos que todo esto es la voz de Dios hablándonos, como lo escribe el himnólogo: “Nos habla por las aguas, nos habla por los vientos, que ya se acerca el tiempo que Cristo volverá”.

* El autor es el actual Subdirector de la Comisión Editora y Administrativa de la Revista LUZ Y VIDA. Es el Pastor Principal de la Asamblea de Dios “Aposento Alto” de la Colonia Nueva Metrópolis de Mejicanos, San Salvador. Está casado con doña María Victoria y es padre de José B., Sara R. y Rebeca E.

 

 
 

 

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