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LOS PRIMEROS AÑOS DEL INSTITUTO BíBLICO “BETEL”

Por: Ralph D. Williams*

 

Allá por el año 1930 y en el mes de septiembre  se celebró un curso breve de dos semanas sobre temas doctrinales para los recién reconocidos pastores  y demás obreros que formaron parte de la naciente Conferencia Evangélica de las Asambleas de Dios de El Salvador. Esta se acaba de abrir, en el mes de abril, en Ahuachapán.


Había tanta hambre por el conocimiento de la Palabra de Dios entre los hermanos, que de una vez todos nosotros vimos la necesidad de proveer estudios más formales y por más largo tiempo.  Y en efecto, en la Conferencia Anual el próximo enero se aprobó hacer lo necesario para  un instituto bíblico de tres meses, especialmente para la preparación de obreros de todo orden para el ministerio.


No tuvimos ni plantel ni equipo, pero eso no nos amedrentó, pues creíamos que era la voluntad de Dios y que Él proveería. Pronto vino la primera señal, un hermano de Quezaltepeque nos ofreció su amplia casa para los meses necesarios, porque él  iba a estar afuera en su hacienda. Gustosamente aceptamos. Esto fue el primer paso.


La hermana Joya y yo nos dedicamos a preparar lecciones que seleccionamos para el primer año, lo cual hicimos en el tiempo que nos quedaba entre los continuos viajes al campo, pues el instituto no iba a ser el principal trabajo sino un suplemento esencial al ministerio de la evangelización de El Salvador.


Llegó el tiempo anunciado para la apertura y entregamos nuestra pequeña casa en Santa Ana para instalarnos en una pieza de la casa prestada en Quezaltepeque. El Pastor de la Asamblea en aquel tiempo era Cirilo Rodríguez. El mismo hermano  Rodríguez con los hermanos de la iglesia local trabajaron mucho con nosotros y con unas reglas y acapetates formamos los dormitorios y el comedor para nuestros estudiantes. Pero,” ¿vendrán estudiantes?” fue una constante pregunta entre nosotros, pues había poca atracción y todo era nuevo… ¡pero era de Dios! Y vinieron veinticuatro hombres y mujeres, todos deseosos de aprender lo que se había prometido ofrecer. Y, ¡maravilla de la provisión divina! Vinieron unas hermanas para la cocina. Todos habían sido enviados por Dios. No teníamos dinero para los gastos más que unos pocos colones que traíamos nosotros personalmente y las pequeñas ofrendas de las iglesias. Pero cada estudiante trajo una ofrenda de comestibles de su iglesia consigo: maíz, frijoles, arroz, azúcar y otras cosas, y así dimos inicio al PRIMER INSTITUTO BIBLICO DE LAS ASAMBLEAS DE DIOS.


No se ofrecían estudios los primeros días, pues se dedicaron a hacer sencillísimos pupitres de cuantos cajones y javas se pudo recoger o comprar en los almacenes de la ciudad. Servían, pero apenas, porque cada estudiante tenía que ayudar para mantener en pie el tal “pupitre” con sus propias piernas y rodillas. Pero Dios estaba con nosotros y cada día era una bendición. Las lecciones iluminaban la inteligencia, las alabanzas y la comunión espiritual llenaban el corazón, y la comida hacía algo para satisfacer la necesidad física.


Se dormía como se podía en catres, en tijeras, en hamacas y en petates. Tenemos que confesar que la comida se escaseaba. En tales ocasiones salía el Pastor Rodríguez en una gira a las muy pocas iglesias que éramos en aquel tiempo y, como un sacerdote de los Mendicantes, regresaba con algunas arrobas de granos de los más necesarios; y así continuábamos.
Como quedaban los estudiantes en Quezaltepeque los fines de seman

a, salimos al Parque Central  para un culto el domingo en la mañana. Todo salió bien en el primer culto, pero el segundo domingo no fue así, pues nos saludó el cura del pueblo con redobles de las campanas, y una muchedumbre salió de la parroquia para formarse alrededor de nuestro pequeño grupo en actitud de amenaza. Tiraron agua, cal, piedras y lo que encontraron a la mano junto con expresiones insultantes. Hicieron esto casi por dos horas hasta que el Alcalde con un pelotón de soldados acudieron y nos abrieron paso para regresar al instituto. Allí dimos gracias a Dios por su protección y le pedimos nos dirigiera en esta inesperada situación. Temíamos  que los estudiantes se regresaran a sus casas al ver esta violencia, pero no se atemorizaron. Oramos y pusimos nuestra confianza en Dios y seguimos las clases.


Todos los jueves se dirigía una procesión con cruces, imágenes y candelas que se detenía frente a nuestra humilde sala y realizaba ahí una “estación”. Lo interesante fue que después que la procesión seguía muchos se quedaban ahí. Después de tres meses se habían agregado a la iglesia como treinta personas más.

Tanta fue la bendición recibida en ese “primer ensayo” del instituto bíblico que decidimos que éste había de ser parte íntegra de nuestra Obra. Desde entonces hasta la fecha se siguen celebrando los estudios cada año.

 

 

*Adaptado de “El Heraldo” una publicación hecha por los estudiantes de Periodismo del sexto año en el Instituto Bíblico “Betel” Central, en 1977

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 

 

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