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UNA REFLEXIÓN EN EL AÑO DEL 80º.  ANIVERSARIO

Por  Jorge A. Cuéllar*
info@ceadelsalvador.com

 

La fotografía muestra la fachada de las oficinas centrales de la Conferencia Evangélica de las Asambleas de Dios, ubicadas en el mismo lugar desde el año mil novecientos sesenta y tres, en el terreno rústico de un poco más de dos manzanas de extensión adquirido por el muy recordado hermano David S. Stewart, ubicado en las cercanías del cantón San Antonio Abad, jurisdicción del municipio de San Salvador. En la actualidad están ubicadas ahí también  las instalaciones del Instituto Bíblico Betel Central, el Tabernáculo Betel (construido en el año antes mencionado), un templo con sus respectivas dependencias, oficinas de departamentos, dependencias nacionales, las instalaciones de Radio Verdad y las casas de habitación para algunos miembros del Comité Ejecutivo.


Tal como se narra en la historia de nuestra fundación, en sus inicios la “Conferencia” fijó su domicilio en la Ciudad de Santa Ana; en las instalaciones de lo que actualmente es conocido como el antiguo Templo Betel. El nacimiento de esta obra tiene la base y visión misionera de los hermanos norteamericanos animados por el despertar pentecostal suscitado a fines del siglo XIX y lo que se gestó en las primeras dos décadas del XX. Los líderes de las Asambleas de Dios de Estados Unidos, con un espíritu misionero hacia América Latina, responden positivamente a la al clamor de hermanos salvadoreños, cuyo mayor protagonista fue Francisco Ramírez Arbizú, quien conoció al Señor como resultado del trabajo misionero del canadiense Federico Mebius.


Indagando en los registros de la  Corporación, descubrimos que en la primera Asamblea General de las Asambleas de Dios de El Salvador, un total de doce pequeñas congregaciones con sus respectivos pastores y miembros, desarrollaron esa primera actividad en contextos de pobreza y hostilidad por parte de la Iglesia Tradicional. Los pioneros de nuestra corporación fueron tratados con calificativos despectivos tales como: protestantes, masones, luteranos, comegallinas y otros semejantes o peores. Muchos fueron flagelados, encarcelados y ultrajados.


Juan Morales, hoy convertido al evangelio, testifica (ya que él fue uno de los protagonistas que bajo las ordenes de su Comandante atacaron a los hermanos) de lo sucedido el treinta y uno de diciembre de mil novecientos cuarenta y tres, cuando capturaron a varios miembros de la iglesia, apresándolos y llevándolos “por cordillera”, es decir, a pie, bajo el relevo de los guardas hasta llegar a la ciudad de Santa Tecla (unos treinta y cinco kilómetros). Gracias a la valiosa gestión del hermano Pablo Finkenbinder se logró la absolución de dichos creyentes que fueron puestos en libertad.
Otro caso es el del Pastor Ángel Melara Ponce, quien fue atacado en la ciudad de Coatepeque, departamento de Santa Ana, por religiosos opositores y su líder.


Así, entre persecuciones y adversidades, convertían en realidad las palabras del canto: “En las luchas y en las pruebas, la iglesia sigue caminando”. A pesar de todo, aquella pujante obra eclesiástica que se iniciara con doce pequeñas iglesias, creció en sus primeros veinte años hasta la cantidad de sesenta y siete, según consta en las minutas correspondientes a la vigésima primera conferencia anual celebrada los días treinta de Enero al cinco de Febrero de mil novecientos cincuenta. Ese año también fue significativo en la vida de la Conferencia porque se convirtió en una persona jurídica, al serle otorgada por el estado salvadoreño, según el decreto gubernativo número dos mil veintisiete. Uno de los principales protagonistas de este importante hecho fue el  muy recordado José Gustavo Galdámez, quien al lado de otros hermanos firmaron el acta de fundación de la Corporación Conferencia Evangélica de las Asambleas de Dios.


Entre los años mil novecientos cincuenta a mil novecientos setenta y nueve, el crecimiento numérico, aunque fue constante, no fue tan significativo como a partir del año mil novecientos ochenta. El clima generado por la guerra civil y el devastador terremoto de mil novecientos ochenta y seis sufrido por nuestro país, dieron un impulso al crecimiento de nuestra membresía a nivel nacional y, por ende,  a la fundación de mil seiscientas ochenta y nueve iglesias y la  afiliación de dos mil trescientos treinta y nueve ministros, la apertura de  doce institutos bíblicos y sus respectivas extensiones en el presente. Según datos compartidos por nuestro actual Director del Instituto Bíblico Betel, hermano Manuel Ángel Guardado, están preparándose al día de hoy, un total de mil ochocientos alumnos como nuevos siervos para la Obra, conscientes de que los campos están listos para la siega.


También en el área administrativa hemos evolucionado. Desde poseer una pequeña habitación en las antiguas instalaciones en Santa Ana, pasando por la que hoy es la Oficina Académica del Instituto Bíblico “Betel”, hasta las modernas oficinas inauguradas en mil novecientos setenta y dos, en donde se albergan la librería, la oficina del Superintendente y su secretaria, la Secretaria, la oficina del Vicesuperintendente, la oficina del Sistema de Protección Ministerial, las oficinas contables, el centro de Control de Registros, el Salón de sesiones del Comité Ejecutivo y la oficina del Departamento de Escuela Dominical. Aunque no poseemos todo el equipo necesario, podemos afirmar que estamos equipados con lo elemental para el manejo de las funciones administrativas de la Corporación.


 Mucho podríamos reflexionar de la historia. Los años han transcurrido y la mayoría de los que vivieron estas aventuras ya están en la presencia del Señor. Los que aún viven dan fe del crecimiento de la obra del Señor a través de las Asambleas de Dios en nuestro país, que en este año, para su gloria y honra celebramos nuestro octogésimo aniversario y seguimos contando los años, pues como dice uno de nuestras emblemáticas alabanzas: “En las luchas y en la pruebas, la iglesia sigue caminando. Sólo se detiene para predicar” continuaremos adelante, porque esa, es la orden del Señor.

 

 

*El autor es el actual Secretario Tesorero de la CEAD, cargo desempeñado por 22 años consecutivos junto a su esposa Dina Reyes de Cuéllar y sus hijos Jorge, Heber y Dina.

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 

 

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