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¿Y LA RECONCILIACIÓN NACIONAL DE LOS ACUERDOS DE PAZ?

Por Cándido Ramírez Sánchez*
candidoramirez@luzyvida.com

 

¡VIVAN LOS ACUERDOS DE PAZ! ¡VIVA LA REVOLUCIÓN Y LOS REVOLUCIONARIOS! ¡DE FRENTE CON EL FRENTE! ¡LA LUCHA CONTINÚA! Y otros epítetos semejantes  resonaron en el reciente acto que conmemoraba la “gesta heroica” del mes de noviembre de mil novecientos ochenta y nueve, llamada por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) “Ofensiva final hasta el tope”, que sirvió como acicate para acelerar el proceso de diálogo que pusiera fin al conflicto armado en El Salvador. Se resaltó el hecho de que la firma de los acuerdos el 16 de enero de mil novecientos noventa y dos validan el “sacrificio y la sangre de los caídos” en esa ocasión.


Los Acuerdos de Paz, según consta en los documentos suscritos, resaltan el hecho de que las partes –especialmente el Gobierno- debían realizar una serie de ajustes y acciones  “en el marco del proceso de paz y de cara al supremo objetivo de la reconciliación nacional (subrayado del autor).  
Los que vivimos en carne propia los horrores de la guerra aplaudimos y celebramos la firma de dichos acuerdos, ya que pusieron fin a la matanza y destrucción entre salvadoreños y dio paso a un proceso democratizador en busca de la reconciliación. Pero hoy, casi dieciocho años después, y al ver las pugnas partidarias, las componendas políticas,  las dificultades para lograr consensos entre los políticos para afrontar los grandes problemas de los salvadoreños, el inmenso incremento de la violencia (hemos “avanzado” en categoría de país más violento), el aumento del fenómeno de “las maras”, las extorsiones y la dificultad de las autoridades para controlar el auge de la criminalidad, nos preguntamos: “ ¿Qué pasó con el ‘supremo objetivo de la reconciliación nacional’ de los Acuerdos de Paz?”
La reconciliación tiene tres dimensiones fundamentales en su naturaleza. Es imprescindible integrarlas en la vida individual y proyectarlas hacia afuera para gozar la verdadera paz.  Si falta una de ellas en la vida de una persona no gozará de la paz y gozo reales.


DIMENSIONES DE LA RECONCILIACIÓN

Reconciliarse con Dios
  La urgente demanda del mensaje de las buenas nuevas se sintetiza en la recomendación paulina (es más bien un mandato): “Reconcíliense con Dios” (2 Co. 5.20) *. La base de la verdadera paz, felicidad y tranquilidad radica en tener paz con Dios. Así lo expresa el apóstol: “ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos?? paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (…) Porque si, cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él mediante la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, habiendo sido reconciliados, seremos salvados por su vida!”.  (Ro. 5.1, 10)


La paz con Dios implica que, habiendo reconocido que mi vida libertina y disoluta es una continua ofensa, desaire y desagrado a mi Amigo, Padre, Benefactor y Creador, decido reconciliarme con Él. Toda persona que vive en desobediencia es “hijo de ira”, alguien que le causa enojo y tristeza a Dios: “…también todos nosotros vivíamos como ellos, impulsados por nuestros deseos pecaminosos, siguiendo nuestra propia voluntad y nuestros propósitos.? Como los demás, éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios” (Ef. 2.3). La única alternativa para reconciliarse es pedirle perdón, amparado por el hecho de que Jesucristo murió para convertirse en el sustituto que  satisfaga la justa demanda  “el pago del pecado es la muerte”. Así Él murió en lugar de cada ofensor (pecador), pero ascendió al cielo para presentarse ante el Padre como el que aboga a favor de aquel que decide ponerse en paz. Hecho eso, puedo estar seguro de que somos amigos de nuevo.


Incluye también que decido dejar las prácticas que desagradan y entristecen a Dios. Esto es fundamental porque:
 Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón. (Pv. 28.13)

Reconciliarse consigo mismo
 Cuando ya me he reconciliado con Dios, debo reconciliarme conmigo mismo. Dios promete que si  cumplimos las condiciones, nos perdona, pero es la responsabilidad y el privilegio de cada persona aceptar ese perdón, apropiarse de él.  San Pablo lo dice así: “Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante(Ef. 3.13). Note el énfasis, “olvidando lo que queda atrás”. Muchos cristianos no disfrutan del perdón de su Padre Celestial sencillamente porque el Enemigo ha logrado sembrar en su corazón las semillas de la culpabilidad y el remordimiento. No perdonarse es hacer que Dios parezca mentiroso, pues ofrece “nunca más me acordaré de sus pecados y maldades” (He. 10.17). Por Su omnisciencia no hay nada que el Todopoderoso no conozca en cualquier época y lugar. De lo único que no se acuerda es de los pecados y maldades de quienes se reconcilian con Él. ¡Perdónese! Disfrute del perdón que su Padre le ofrece en Cristo. Esta es la base para la siguiente dimensión.


Reconciliarse con su hermano
 La reconciliación con Dios se completa cuando, después de dar los primeros pasos, -pasar por las dimensiones anteriores- nos reconciliamos con el prójimo. Las diferencias que Dios le ha dado a cada persona implican diferencias de gustos, opiniones, puntos de vista y lo demás. Ello puede conducir a divergencias con mi prójimo (llámese esposa, esposo, hijo, hija, hermano, hermana, compañera, compañero) y éstas pueden convertirse en situaciones dañinas y ofensivas que conducen a disgustos, enojos, amarguras y resentimientos. De hecho, los pecados son acciones ofensivas contra Dios y el prójimo. La reconciliación con el Padre entraña, consecuentemente, reconciliación conmigo y con mi prójimo. El pedir perdón a Dios demanda que pida perdón al humano a quien dañé y que, además, acepte agradecido el perdón que Él me otorga.

LA PAZ CON DIOS, LA PAZ DE DIOS Y LA PAZ CON LOS HERMANOS
Las Sagradas Escrituras son enfáticas al declarar que los problemas de la humanidad tienen una sola causa: enemistad con Dios. Asimismo son enfáticas en señalar que la solución es única, gratuita, accesible, divina y universal. Todo está íntimamente relacionado con la reconciliación.
Cuando la persona se reconcilia con Dios por su fe en Jesucristo como salvador, entonces, -ya lo vimos en Romanos 5.1- llega a gozar de paz con Dios; esa paz que viene de saberse perdonado y adoptado en la familia de Dios. Ese gozo que nace de saber que “Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo” (Col. 1.13), que “ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es” (1 Jn. 3.2).
De ese entendimiento y convicción surge una paz interna, LA PAZ DE DIOS, cuyas expresiones son descritas por San Pablo en Filipenses 4.4-8 así

Produce alegría (v.4)

  1. Se manifiesta en la amabilidad (v.5)
  2. Da quietud en medio de los problemas (v.6a)
  3. Se apoya en la oración a Dios con fe y acción de gracias (v.6b)
  4. Sobrepasa todo entendimiento (v. 7a )
  5. Permite que el corazón y la mente se mantengan en Cristo Jesús (v.7)
  6. Ayuda a pensar en todo lo que sea excelente o merece elogio (v.8).

Pero LA PAZ CON LOS HERMANOS también es importante y trascendental, ya que es imposible disfrutar de las otras dimensiones de la paz sin practicar ésta. Juan lo expresó patéticamente: “…el que no practica la justicia no es hijo de Dios; ni tampoco lo es el que no ama a su hermano (…) No seamos como Caín que, por ser del maligno, asesinó a su hermano. ¿Y por qué lo hizo? Porque sus propias obras eran malas, y las de su hermano justas. (…) Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte.  Todo el que odia a su hermano es un asesino, y ustedes saben que en ningún asesino permanece la vida eterna” (1 Jn. 3.12-15). Examinemos las implicaciones. Quien no se reconcilia, no perdona, no busca la paz con los hermanos:

  1. No es hijo de Dios (v.10)
  2. Es del Maligno (no de Dios) (v. 13)
  3. Practica obras malas (v. 12)
  4. Odia a los que practican lo correcto (v.12)
  5. Permanece en muerte espiritual (v.14)
  6. Es un asesino (v.15)
  7. No tiene vida eterna (v.15)
  8. No respalda sus palabras con acciones (v.17, 18)

Entonces, la reconciliación con Dios, conmigo mismo y con mi hermano es trascendental; ¡es urgente! Porque produce lo que la humanidad busca con ahínco y desesperación, la paz: con Dios, con mi ser interior y con mis hermanos. ¡Es la verdadera vida! ¡Es la esencia de la religión! ¡No se logra por esfuerzos políticos, morales, artísticos o sociales! ¡No viene por medio de tratados, acuerdos, convenios! ¡No es producto del sistema político, social o económico! ¡Sólo se logra cuando el problema es atacado en su raíz: la falta de paz con Dios a causa del pecado!

Todas las citas bíblicas se han tomado de la Biblia Nueva Versión Internacional

 

 

*El autor ejerce el pastorado desde 1970. Actualmente es Pastor Asociado del Templo Nuevo Getsemaní de las Asambleas de Dios en Antiguo Cuscatlán, La Libertad.  A la vez, funge como Tesorero en la actual Directiva de la Revista Luz y Vida.

 
 

 

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