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UNIDAD A PESAR DE LA DIVERSIDAD
El Gran Desafío de la Iglesia

Rev. Jorge Antonio Cuéllar Acosta*
jorgecuellarcead@yahoo.com

 

Entre los grandes desafíos que la Iglesia del Señor enfrenta, encontramos uno en particular que podría tomarse como base de todo. Aceptarlo como desafío, ayudará a que la Iglesia avance ante otros obstáculos que surgen en el camino y la lleven a cumplir la gran tarea que como cuerpo de Cristo desarrollamos en esta tierra. Ese desafío es LA UNIDAD, aunque en los elementos a unir haya diversidad.

Iniciemos estableciendo los conceptos de unidad y diversidad. “UNIDAD: Propiedad de lo que es uno e indivisible. DIVERSIDAD: Variedad, diferencia, abundancia de cosas distintas”. Resulta muy interesante que entre la unidad y la diversidad existe “un algo” que las entrelaza. Parece contradictorio, pero es una realidad que se encuentra reflejada específicamente en la primera carta de Pablo a los Corintios, capítulo doce. Los puntos medulares de dicha porción de las Sagradas Escrituras nos ayudarán a lograr en el cuerpo de Cristo la unidad en medio de la diversidad.

LAS ENSEÑANZAS DE SAN PABLO A LOS CORINTIOS
En la Palabra de Dios se enseña a la Iglesia a trabajar por un bien común. El apóstol exhorta a la iglesia de Corinto a reconocer el valor de cada miembro, aunque no tenga la misma función de otro. Habla acerca de la diversidad de dones, ministerios y operaciones, recalcando que quien hace las cosas es Dios, pero en la funciones de Dios, el Señor y el Espíritu.


Luego apela a la unidad de la Iglesia cuando hace la analogía del cuerpo. Presenta a éste unido de tal forma que ningún miembro debe sentirse ajeno porque no tiene la misma función o porque parezca de menos importancia. Así es imposible que  funcione una sociedad, especialmente la cristiana, si hay desunión entre los que pertenecen a dicho Cuerpo.

UN EJEMPLO DE LA VIDA LABORAL
Los trabajadores de una maquila, por ejemplo, no realizan todos las mismas tareas. A cada uno se le asigna su función, según la actividad que ejecuta a diario en el trabajo de producción. Unos cortan las piezas, otros las cosen, otros se encargan de pegar los botones. Unos supervisan, otros revisan el producto final… y así consecutivamente, desarrollan sus labores diarias. Al final todos trabajan bajo la conducción de una jefatura que establece las tareas necesarias para conseguir los objetivos o metas que se han propuesto como empresa.


Lo mismo sucede en la Iglesia del Señor. Cada miembro hace su parte aunque  haya diversas capacidades, edades, posiciones sociales u otros aspectos. Todos en distintos puestos de trabajo están cumpliendo el gran objetivo de llevar a las almas a los pies de Cristo.
El capítulo cuatro de la epístola a los Efesios, versículos once en adelante, ilumina ampliamente el punto medular, cuando nos dice que a unos se les asignó el ministerio de construir y asentar las bases;  a otros, el ser previsores y edificadores; otros son los comunicadores y promotores de las buenas nuevas; unos más cuidan y apacientan las ovejas: y a otros les fue entregada la tarea de enseñar e instruir. Pero recalca al final que todos estos ministerios fueron instituidos con el “fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio; para la edificación del cuerpo de Cristo”, que conduzca a una verdadera unidad.


El tropiezo mayor para no realizar el soñado crecimiento integral de la Iglesia  es la negación a unirnos para un bien común. El apóstol Pablo exhortaba a no buscar su propio bien, “sino el del otro”. La verdad cruda es esta: Mientras fuera de la iglesia se ven gremiales para luchar por algún interés de su comunidad, la Iglesia sigue fraccionada, y casi invalida aquella oración agónica del Maestro, cuando en su peor momento oró y habló con su Padre. Una de las peticiones resuena como una campanada y convoca a la verdadera unidad. Dijo el Maestro: “Para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17. 21).

¿Cuánta desgracia habremos causado a miles que se han ido a la otra vida sin la salvación, sin haber creído, porque no obedecimos la orden divina de amarnos los unos a los otros, y en ese amor vivir como un solo cuerpo?  ¡Que nuestro Padre Celestial  tenga misericordia y nos guíe a vivir la verdadera unidad a pesar de la diversidad!

 

*El autor es Secretario-Tesorero de la Conferencia Evangélica de las Asambleas de Dios en El Salvador.

 

 
 

 

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